martes, 29 de julio de 2008

Un notable concierto repleto de pasión y afecto en homenaje a Ataulfo Argenta


La pasión estuvo presente desde mucho tiempo antes del comienzo del Concierto Extraordinario en homenaje a Ataulfo Argenta, el pasado sábado en la iglesia de Santa María de la Asunción de Castro Urdiales. Todos los componentes de Los Templarios estábamos ávidos por el deseo de agradar a nuestro público y éste, mostraba su preferencia y tensa curiosidad por escucharnos. La expectación que habíamos levantado ya antes del acontecimiento había sido enorme y, desde media hora antes del inicio, el público fue ocupando los bancos centrales de la iglesia e incluso llenó los dos laterales que parten del altar mayor, donde en tres grandes pantallas se iba poder seguir cada detalle del recital. El quorum fue absoluto y la iglesia parroquial se quedó pequeña para albergar a tanto auditorio. El esfuerzo por ofrecer la novedosa puesta en escena de la Misa Cerviana de Lorenzo Perosi y las siete canciones de nuestro repertorio iban a merecer la pena de ser escuchadas. Así, visto el resultado obtenido, el paso de este examen musical podríamos calificarlo con notable alto.




Esta cita de comienzo del verano es uno de nuestros clásicos recitales donde siempre intentamos innovar, presentar o reponer alguna canción o dedicar el concierto en beneficio de alguna entidad de nuestra ciudad. En esta ocasión, lo hicimos "in memorian" del pianista y director de orquesta castreño Ataulfo Argenta, sumándonos así, a los actos de conmemoración del cincuentenario de su fallecimiento. Sus cuatro hijas: Ana María, Mariángeles, Margarita y Cristina, que siguen veraneando en Castro Urdiales, nos honraron con su presencia y nos recordaron cómo su padre siempre intentaba regresar a su pueblo natal, a pasear por la Correría, saludar afablemente a sus vecinos, y recargar las pilas para continuar con su trepidante carrera musical.

Así, con toda esta idea de homenaje e intentando ofrecer a nuestros seguidores un espectáculo diferente, preparamos todo un circuito cerrado de televisión en la iglesia de Santa María, grabando nuestras canciones y con tres grandes pantallas para que todo el público presente pudiese degustar nuestra música. La primera parte la entonamos desde el coro, acompañados por el órgano de tubos, que toca magistralmente José Luis Sáez, acompañado en la regulación de los volúmenes por su hermano Angel. Ya habíamos comprobado que la notas musicales viajan de forma diferente, con mucha más sonoridad y magestuosidad, cuando se canta desde el coro, cerca de los altos arcos góticos de Santa María. Precisamente por esta y otras causas, decidimos interpretar la Misa Cerviana, del director perpetuo de la Capilla Sixtina Lorenzo Perosi, a tres voces, y desde ese lugar mágico que utilizaban los clérigos para cantar los oficios divinos. Recuperábamos así, una partitura que el Ochote Santa Ana, del que Los Templarios nos consideramos sus herederos, estrenó en 1943 en Mondragón, a beneficio de la Lucha Antituberculosa de Guipúzcoa.

Comenzamos con el Kyrie, uno de los vocativos mas antiguos del Canto Gregoriano, que invoca al Señor solicitando el perdón de forma reiterada. El solo del Christe de mi compañero Terín Salvarrey rebotó entre las bóvedas góticas y la contestación del Eleyson del tenor primero Iñaki Iturbe fueron la primera sorpresa agradable para todos los asistentes al concierto. Luego, el Gloria in excelsis Deo, segundo himno litúrgico de la Misa de Perosi, puso una solemnidad altissimis de himno de alabanza a la Santísima Trinidad y los solos del barítono Antonio Palacio y del tenor primero Eduardo Perales retumbaron en el templo. Al terminar, esta segunda interpretación el público apenas respiró.

Era el momento del Credo in unum Deum, un compendio de creencias fundamentales, las cuales para nosotros suponían, precisamente, el eje de la Misa de Perosi si nos atenemos exclusivamente al recital de esa noche. El primer solo del bajo Florencio Marcos fue el aperitivo, luego el misterioso dúo de José Antonio Rodríguez Aketxe y Eduardo Perales supuso la sutil continuación, que terminó de preparar el terreno a la aterciopelada voz del tenor primero José Luis Santamaría, que puso el vello de punta. La voz fuerte, segura y severa de Remigio San Sebastián nos llevó hasta el juicio final y, finalmente, el barítono Daniel Helguera terminó por resucitar y abrir la vida del mundo futuro. El nivel de mis compañeros solistas traspasó hacia el exterior de los muros de Santa María y con el aaaaaaaaamen grupal, el público rompió a aplaudir.

La noche sólo había comenzado a remontar el vuelo musical. Al Trisagio en honor de la Santísima Trinidad, del Sanctus como primera parte, con el solo de Juan Liendo, siguió la segunda parte con el Benedictus, antes de llegar al final de la Santa Misa Cerviana con el Agnus Dei y el solo de Daniel Helguera, como clausura de un inmemorial texto que forma parte del Rito de la Paz. La ovación del público resultó impresionante.

La alta temperatura musical de la Iglesia de Santa María tenía una especial relación con las vibraciones y la apasionada agitación de los momentos vividos durante la primera parte de la velada. Sólo quedaba por liberar la energía polifónica, A capella, de siete canciones de nuestro repertorio, como en anteriores ocasiones, frente a nuestro fiel y entendido público, desde las escalinatas del altar. Varios de mis compañeros me confesaron, al final del concierto, que en ese momento la visión del formidable llenazo les había dejado impresionados.

Es muy posible que la vista de tanta gente y el caluroso aplauso con que nos recibieron nos pusieran un tanto nerviosos y el Oles ezkonberriak, del clérigo Francisco Madina, nos resultase un poco cuesta arriba. En cambio, con Negra Sombra retomamos el tono del concierto y la intimista poesía de Rosalía de Castro se extendió como un susurro por el crucero de la parroquia castreña. Mi Jotuca, de Juan Guerrero Urreisti, puso la primera nota costumbrista de alegría campurriana, que dio paso a Las Ruinas del Monasterio, de Sthele, y su tempo melódico del Salve Regina, que se extinguió como un suspiro final.

Luego, llegó el momento de Salutación a la Montaña, de José Lucio Mediavilla, y la campana de Santa María rompió los aplausos del ya sometido público. Pero las gargantas de Los Templarios estaban ya un poco rasgadas, tras más de una hora modulando sonidos, cuando cantamos De Roca en Roca, de otro ilustre castreño, Nicolás Torre, que compuso esta habanera para difundir la fórmula ideal para pescar cabras y julias en el puerto de Castro. Finalizamos Con Aire, Carretero, de Lucio Lázaro, y conseguimos descansar nuestras cuerdas vocales, salvo nuestro tenor primero Terín Salvarrey, que hubo de cantar su solo de carretero de forma recia y melodiosa.

Sólo quedaba el protocolo final de una notable velada musical. Las cuatro hijas de Ataulfo Argenta recibieron un ramo de flores de nuestro presidente Piru Villanueva y, con el público puesto en pie, entonamos el Canto a Castro, de Severino Dúo Vital, como despedida de una noche que ya es historia en el recuerdo del Coro de Voces Graves Los Templarios de Castro Urdiales.

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