domingo, 1 de junio de 2008
A partir de ahora, siempre nos quedará Ibarranguelua, el recodo del valle de la luz, como recuerdo de un concierto inusitado
Ibarranguelua es euskera quiere decir el recodo del valle porque, según cuentan, este pueblo vizcaino se encuentra oculto del mar Cantábrico por las peñas de Ogoño en un precioso verde valle lleno de luz, a salvo de inesperados visitantes o extraños invasores. El tercer Concierto de Primavera de la BBK lo celebramos en esta localidad y no lo olvidaremos fácilmente porque, musicalmente hablando, dimos una parte de cal y otra de arena; las tres primeras interpretaciones nos salieron bien y las dos últimas inusitadamente descontroladas. Aunque merece la pena evocar por siempre esa historia de la primera parte como excusa para ignorar el final y sustituirlo por un melódico adagio del Salve Regina, que caló hondo en el recuerdo de Los Templarios. A partir de ahora, como en la película Casablanca, protagonizada por Humphrey Bogart e Ingrid Bergman, siempre nos quedará Ibarranguelua como parte de nuestra historia, en constante conflicto entre el amor y la virtud, la interpretación austera y la exquisita.
La Iglesia de Ibarranguelua (en la foto) está dedicada a San Andrés, también patrón de los pescadores castreños, y es de origen renacentista, de 1559, de buena y alta sonoridad, donde es necesario cantar con claridad, acompasando las pausas de las respiraciones grupales de forma unida, sin cometer errores, que nos llevarían al abismo del descontrol. Y posiblemente, esta fue una de las claves del Concierto de Primavera de Ibarranguelua, ya que en la recta final de nuestro recital perdimos la concentración. En el concierto, como es habitual en esta Primavera de la BBK, estuvimos acompañados por la Coral Pozalagua de Karrantza y la Coral Pleamar de Portugalete.
Oles ezkonberriak, de Francisco Madina y Nicolás Ormaetxea "Orixe" fue nuestra primera interpretación, que resultó bien, dentro de nuestra línea habitual. Luego, con la intimista poesía de Rosalía de Castro y al alalá de Xoán Montes Capón, Negra Sombra, nos crecimos y afrontamos la tercera interpretación, Las Ruinas del Monasterio, de Sthele, pletóricos de concentración y ganas. El adagio del Salve Regina, en mi opinión, estuvo lleno de afinados pianísimos y el público nos premió con una cerrada ovación. Este momento resultó ser el zenit del recital pues, inusitadamente, a partir de aquí perdimos parte de la concentración y nos fuimos por las Peñas de Ogoño en busca de no se qué tesoros musicales en forma de ciertos desatinos vocales.
Hay que reconocer que la armonización de un canto campurriano tradicional como Mi Jotuca, de Juan Guerrero Urreisti, es complicado por la armonía y lirismo que contiene, pero con esta interpretación habíamos conseguido el subcampeonato de la Canción Popular de Cantabria hace apenas un par de meses y era lógico esperar que lo tuviésemos, más que aprendido y dominado, "trillado" vocalmente hablando. Pues, en mi opinión, en la segunda parte de la partitura nos descompensamos y no volvimos a acompasarnos hasta el benévolo aplauso final del público asistente.
Ya no había marcha atrás. Alma Llanera, un joropo venezolano que dio fama a Pedro Elías Gutiérrez, que en teoría también dominamos, fue el colofón a nuestro concierto de Ibarranguelua. No nos salió mal del todo por la inercia que llevamos con esta canción, pero no surgió de forma brillante y seductora como en otras ocasiones.
Como anécdota final para el recuerdo de Ibarranguelua, el lunch que nos ofreció el Ayuntamiento a los coros participantes, como suele ser habitual en este tipo de recitales. Algunos coralistas de Los Templarios recordaban el de la ocasión anterior, hacía un par de años, como excelente en cuanto a calidad y cantidad. La realidad echó por tierra las expectativas y algún que otro compañero se vio obligado a comprarse un bocadillo para lograr volver sin que el estómago le cantase una serenata en el viaje de vuelta a casa.
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