La Guerra civil del 36 produjo un paréntesis en todos los sentidos y en la música coral de Castro Urdiales también. Así, en 1940, el tenor primero Iñaki Olabarria vio en la prensa de entonces que iba a celebrarse un concurso de ochotes en Bilbao y no dudó un momento: Había que volver a los escenarios. Por eso junto con Antolino Helguera y otros amigos fundaron el ochote Los Boyeros en septiembre, aunque un mes después, el 27 de octubre, se presentaron en el Teatro Buenos Aires bajo el nombre de Ochote Santa Ana, iniciando así un histórico viaje por la armonía y la musicalidad de los años cuarenta.
En aquellos años, algunos antiguos componentes de la coral, que nutría las cuerdas de los afamados ochotes castreños, habían sufrido la guerra civil y/o habían desaparecido o estaban en la cárcel, como por ejemplo Germán Erquicia, un tenor segundo de elevada categoría vocal que no pudo volver a cantar en el ochote castreño hasta 1943 cuando volvió a casa. Lo cierto es que esos comienzos de los años cuarenta iban a marcar el devenir del ochote Santa Ana y, si seguimos la historia hasta nuestros días, el futuro del coro Los Templarios. Así, Los Boyeros hicieron su presentación pública a mediados de septiembre de 1940 pero ese nombre no gustaba y poco después el abolengo de la música coral castreña se impuso y terminó alumbrando la denominación de Ochote Santa Ana, considerado por musicólogos de entonces la "obra cumbre" de Joaquín Altuna, director de la Banda Municipal de Música de Castro Urdiales y un hombre que entendía la armonía de los ochotes con una exquisitez increíble, que trabajaba las cuerdas vocales de sus pupilos de manera continua hasta lograr conjuntar las voces con matices musicales inverosímiles.
El debut del Santa Ana se produjo el 27 de octubre en Bilbao, en el concurso mencionado al principio, con la siguiente formación: Iñaki Olabarría y Leopoldo Díaz Romeral, como tenores primeros; Bruno Sáez y Ricardo Rueda, tenores segundos; Rafael Pando Incera, que hizo las veces de director, y Fredo Martínez, barítonos; y Antolino Helguera Ninos y José Merino Ibarlucea Ñato, bajos. Enfrente tenían a ochotes curtidos en mil batallas corales formados de la Coral de Bilbao, del Ensanche, de Vitoria y de localidades como Sestao, Portugalete o Barakaldo de la Margen Izquierda del Nervión.
El éxito del Santa Ana fue inapelable porque cuando finalizó su actuación el público estaba prendado de los castreños, demostrando su entrega, en pie, con vivas y bravos, aplaudiendo a rabiar y confirmando, claramente, la decisión que debía tomar el jurado, que terminó corroborando esta exitosa interpretación. Aunque este apoteósico final no resultó tan fácil como parece ya que el Santa Ana afrontó primero, como los restantes ochotes, la obra obligada, Al Ramillete, del bilbaino Timoteo Urrengoetxea, director entonces de la Coral de Bilbao, que se deshizo en elogios con las interpretaciones de los castreños. Y, además, Adagio, de Beethoven, y Escenas tártaras, de Laurent de Rillé, fueron las dos canciones de libre elección escogidas por el Santa Ana, dos interpretaciones muy difíciles, sobre todo, por la elevada dulzura de sus pianísimos. El triunfo en esta ocasión --al igual que en otras venideras-- era consecuencia de la perseverancia y el trabajo que les imponía Joaquín Altuna, un músico capaz de depurar la polifonía a base de repetir y repetir, hasta empastar cada acorde, de una forma exquisita, que rayaba en la perfección musical.
En la composición fotográfica, una de las formaciones del Santa Ana, delante de la ermita de la que tomaron el nombre: En la segunda fila, Ninos, Ricardo Rueda, Germán Erquicia y Olabarría; y sentados, Fredo, Bruno Sáez, Miguel Fernández y Juanito Pérez Juanón. Llegaron a tener tal categoría de cuerdas que es justo y digno recordar algunos otros componentes del Santa Ana, que en una u otra ocasión, formaron parte del ochote en otros recitales y conciertos, como el mencionado anteriormente Germán Erquicia, El Fleta Ramón Escalante, un tenor primero superviviente de aquel primer Ochote Castro Urdiales del año 32, Juanón Pérez, Miguel Fernández y Luis Huidobro, además de algunos otros coralistas. Porque en un ochote, aunque son ocho cantantes, es necesario tener repuestos suficientes que puedan sustituir en un momento dado una baja forma o un problema de garganta. Ahí precisamente reside la armonía de un ochote, ser capaz de mezclar personas sin que se sepa quien es titular. Ese detalle en el Santa Ana era lo de menos porque todos eran titulares. La clave del éxito del Ochote Santa Ana a lo largo de los años cuarenta estuvo, precisamente, en esa afición y dedicación de sus vocalistas, arropados por los conocimientos de Joaquín Altuna, que supo sacar de cada una de las gargantas castreñas los mejores y mas increíbles sonidos.
Este triunfo de Bilbao supuso el inicio de la fama del ochote Santa Ana, que paseó sus canciones por los años cuarenta ganando concursos e interviniendo en conciertos, donde eran aclamados una y otra vez por su conjunción de voces y sus excelentes interpretaciones. Pero estos detalles son para otra miscelánea histórica.
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